domingo, 13 de febrero de 2011

Rosales. Opinión de Rafael Carcelén

Rosales


Por Rafael Carcelén
(Originalmente publicado en el semanario Valle de Elda)



El pasado 31 de mayo se cumplieron cien años del nacimiento en Granada de Luís Rosales. Un poeta extraordinario, cuya vida quedó marcada por el asesinato de Lorca, su maestro y amigo. Como ha señalado su hijo recientemente, “llevó siempre dichos sucesos como una cruz por la injusticia que se cometió”. Falangista destacado como sus hermanos entonces, la detención de Federico en su casa (donde se refugió) y su posterior fusilamiento sirvió para que se les calumniara y acusara de tan vil ejecución. Él siempre mostró su desprecio por los asesinos y defendió el honor de su familia, que hizo lo posible por salvar al granadino más universal. Liberal auténtico, apolítico –aunque monárquico partidario de Don Juan- y descreído, siempre ayudó (como editor sobre todo) a poetas y escritores que, como Caballero Bonald, consideró valiosos aun sin compartir sus presupuestos ideológicos o estéticos.



Nacido el mismo año que Miguel Hernández, a quien siempre apreció, su poesía se caracteriza por un profundo humanismo, lleno de arraigados sentimientos religiosos, donde el tono intimista y la expresión de lo más cotidiano acompañan al hombre en su desvalida condición, en su atribulada travesía existencial. Cuando gran parte de la poesía española rendía vasallaje a un tradicionalismo grandilocuente, ripioso y rancio, su magistral poema- libro La casa encendida, de 1949,  recuperó para la época el espíritu vanguardista de entreguerras y la utilización del verso libre de un modo tan brillante como ajustado. Su dominio de la técnica (tanto en sus estrofas más clásicas como en sus propuestas rompedoras) y la perfecta adecuación al tema tratado, dan a sus poemas un vigor y una cadencia tan innovadores como inconfundibles. Nunca cejó en su afán por evolucionar, dejándonos en La carta entera un legado ético y estético de fraternal rebeldía, de indistinción entre géneros, de hondo cuestionamiento.



Reconocido con los más prestigiosos premios, incluido el Cervantes en 1982, su obra no ha tenido el eco que merece aunque hacia él ya estén volviendo los poetas más jóvenes. Por eso, la conmemoración del Centenario es una buena ocasión para  apreciar su hondura y su sensibilidad. Así lo subraya Félix Grande, a quien vimos con Aute en Petrer en abril pasado, buen amigo del poeta y editor de la antología de Rosales con un título tan bello como éste: Porque la muerte no interrumpe nada, y donde podemos leer el gran Autobiografía, de su libro Rimas de 1951, poema que describe como ningún otro su forma de ver la vida, ese sentimiento auténtico de quien tanto descreyó de ideologías y estériles adoctrinamientos; de quien supo ver en nuestra tradición literaria, ahí está su ensayo Cervantes y la libertad, un vestigio insuperable de crecimiento humano y de conquista de la dignidad; de quien, por encima de todo fatalismo, sólo creyó en la amistad. Y que, con una humildad sincera, lapidaria y tan humana, dejó escrito:

Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir;
y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores,
hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.




Rafael Carcelén es maestro de escuela en el CEIP Padre Manjón de  Elda. Poeta, lector apasionado y perpetuo observador, opina sobre la realidad que nos rodea, bien en su columna Entre col y col en el semanario Valle de Elda o en otros foros independientes y/ o alternativos.

viernes, 11 de febrero de 2011

La Generación Nocilla. Opinión de Antonio Guerrero


La Generación Nocilla

 Por Antonio Guerrero



En junio del 2007 fueron convocados para un encuentro literario una serie de escritores españoles con características muy peculiares. Los organizadores del evento fueron Seix Barral y la fundación José Manuel Lara. Poco tiempo después apareció un artículo en Azancot que dio fe del grupo para el mundo literario. A continuación, varios medios, hicieron eco del nacimiento de una nueva forma de literatura, emparentada con  McOndo,  que resaltaba frente a la literatura comercial. Para entonces Helena Evia y Nuria Azancot ya habían designado el nombre que los caracterizaba: Generación Nocilla.  Para investirlos con ese palabra se habían dejado llevar por la trilogía Nocilla Proyect, del autor Agustín Fernández Mayo, inspirado a su vez en una de las canciones de Siniestro Total. No obstante, aquel alumbramiento tuvo más calificativos alternativos fruto del descontento de sus miembros: Luz nueva (Vicente Luis Mora) o Afterpop (Eloy Fernández Porta). Esta última denominación, según Porta, refería mejor a aquel movimiento literario constituido como una forma nueva de estética basada en la respuesta al exceso de simbolismo proveniente de los medios que dejaba abierta las puertas para emancipación ética a través del arte.





En todo caso, desde el punto de vista actual  y más allá de debates identificativos, esta generación de autores nacidos entre 1960 y 1976 tiene muchas características comunes que la separan de otras formas de literatura: recurren con frecuencia a la meta-literatura, a la cultura pop,  al collage, a la hibridación de lenguajes. Las obras de estos escritores no tienen una estructura tradicional. Son trabajos abiertos donde no hay principio ni final. La idea de fragmentación se hace eco en ellos con caracteres esenciales. Tal inconformismo con todo lo anterior plantea el merecido diálogo sobre la necesidad huir de los géneros en manos de una nueva generación que desea, sobre todas las cosas, experimentar. Y, realmente, sus trabajos en laboratorium  han creado monstruos atractivos nunca ante erigidos.
Si es verdad que los trabajos plantean críticas políticas y sociales; pero en el panorama estético actual, en el que el pensamiento artístico se ha abierto un hueco razonable, este tipo de reflexiones son apropiadas como argumentos de sus nuevas formas. Y es que, podemos decir, que la estética en general se ha ganado el derecho a ejercer el pensamiento filosófico a través del arte. Ya se superaron, afortunadamente, las fronteras Kantianas y Hegelianas sobre lo formal. También se sobrepasaron los límites de Greenberg sobre el arte moderno (el final del arte). Y lo dijo Danto: existe un después del fin del arte. En este momento en el que las intervenciones y acciones artísticas van más allá de lo mero conceptual, plantear que exista una Generación Nocilla en literatura no es algo posible sino necesario.
El autor debe comprometerse con la innovación, además. Y tiene que hacerlo como reacción al mundo en el que vive. El contexto en el que se mueve es hostil: es un mundo post-utópico lleno de la manipulación de los medios y de una crisis completa de identidad (Lacan). El escritor, por tanto, no puede quedarse postergado solo en la decepción de lo real.  Debe hacer una crítica contra la alineación y contra las normas comerciales que coartan las emancipaciones. Le incumbe reponer las fundamentaciones y argumentos causados por la era del vacío actual. (Lipovetsky)
Plantear en nuestra situación postmoderna una nueva forma de literatura basada en el inconformismo nos beneficia a todos. También a todos aquellos que están en contra del arte actual como un arte anestésico, que nos dirige hacia una razón cínica patológica. Había necesidad de inventar algo para salir de allí. La Generación Nocilla se escapa de todas esas dormideras. Tiene su espacio propio, minorista, auténtico, original, y sobre todo deja abierta la opción a la ética. Tal como dijo Ranciere: debemos emprender un viaje ético hacia la estética.

Para finalizar -y justificar- la Generación Nocilla, citaré a algunos de los miembros de esta prole: Jorge Carrión, Ely Fernández Porta, Javier Calvo, Vicente Luis Mora, Gabi Martínez, Agustín Fernández Mallo, Mario Cuenca Sandoval, Álvaro Colomer, Germán Sierra, Lolita Bosch, y Manuel Vilas.



Antonio Guerrero es Diplomado en Relaciones Laborales. (U.H.U.) y Estudiante de  Filosofía. UNED. Almería.  

jueves, 10 de febrero de 2011

Pintores del Siglo XIX en el Patio de Luces. Opinión de Antonia Bocero

Pintores del Siglo XIX en el Patio de Luces

En el Patio de Luces de la Diputación de Almería se desarrolla actualmente la muestra “Pintores pensionados por las diputaciones andaluzas”, que recoge una colección de pintura formada con las obras de una serie de artistas que fueron becados en S. XIX y parte del XX para realizar estudios fuera del país. Estos viajes tenían como destino principal las ciudades europeas de Roma, París o Florencia, en las que nuestros artistas buscaban lección de las corrientes reinantes, y era un periplo que maestros anteriores ya habían hecho. Conviene anotar que los pintores españoles estaban bien valorados fuera del país, pues la personalidad artística de España queda confirmada en Europa en el S. XVII (Velázquez, Zurbarán, Ribera), se impone en los S. XVIII y XIX con Goya, Zuloaga, y en el XX con su destacada aportación a las vanguardias, a través de Picasso, María Blanchard, Dalí y tantos otros.



En nuestro entorno, la pintura costumbrista y de historia predomina en el S. XIX, y como apreciamos en la exposición, es de corte académico, un estilo obligado para el artista que se acogía a una beca oficial o entraba como alumno en alguna Academia. En la exposición no hay grandes cuadros del XIX (para eso hay que ir al Prado donde están Federico Madrazo, Pradilla, Rosales…, con unas obras en las que la emoción, si gusta la pintura, está asegurada); ahora bien, en ella hay cuadros muy interesantes y algunos destacan por su calidad pictórica, como “Niño con cisne” y “El paje”, lienzos de gran equilibrio entre los elementos que los integran, con un trabajo de color elegante, sin confusión en los tonos y acabado de buena factura. Dentro de los buenos lienzos, un estudio de figura a destacar es el cuadro “José en la cisterna”, de Antonio Reina Manescau -considerado un buen paisajista de temas andaluces-, en el que el autor nos acerca más al ser humano que al personaje histórico.
Dos son las piezas que aporta la Diputación de Almería: “Rendición de Almería” de Juan Fernández Corredor y Cruz, y el tema religioso “San jerónimo”, de José Díaz Molina, una estampa del santo políglota, que según la tradición fue el hombre que en la antigüedad más profundizó en el estudio de la Biblia. Este último cuadro habla del trabajo y la penitencia (la lectura, la calavera), y le valió al autor almeriense un aumento en la pensión que ya disfrutaba, y que su obra fuera expuesta en el escaparate del comercio “Las filipinas”, un lugar por entonces muy transitado. 



Otro lienzo a señalar es “La escudilla de Diógenes”, de José Moreno Carboneo, que retrata la escena en que el filósofo se deshace de su escudilla al ver a un niño beber en el cuenco de sus manos; un mensaje que va directo a esta sociedad del derroche, y que resume el pensamiento de este hombre genial. Por otro lado, “La muerte de Lucrecia”, de Federico Buendía, es una réplica del majestuoso cuadro de Eduardo Rosales que con todo su vigor se exhibe en el Prado; habiendo sido tratado el tema de “Lucrecia” por todos los grandes de la pintura (Tiziano, Rafael, Dudero, Rembrandt…), por la escultura, la literatura (Shakespeare), la música (Händel, Britten). También “Isabel la Católica firmando su testamento”, de Tomás Muñoz Lucena, y réplica del impresionante cuadro de Eduardo Rosales. Y terminamos con “Últimos días de Numancia”, de Rafael Hidalgo de Caviedes, réplica también del pintado por Alejo Vera, y que en su día obtuvo la máxima calificación por parte de la Academia de San Fernando.
En resumen, un viaje al pasado a través de la pintura, lleno de guiños al arte, la literatura, la historia…
 
Antonia Bocero nace en Córdoba. Es escritora y ejerce la Crítica de arte en La Voz de Almería. Sus dos últimos libros llevan por título “Creación y Trayectoria del grupo Indaliano” -un estudio sobre este grupo de pintores creado por Jesús de Perceval en los años 40-, y el poemario “Ángel de Guerra”, publicado por Ediciones Vitruvio.

lunes, 7 de febrero de 2011

Miguel. Opinión de Rafael Carcelén


Miguel


Por Rafael Carcelén
(Originalmente publicado en el semanario Valle de Elda)


Orihuela 2010: Año Hernandiano. Porque el pasado 30 de octubre, de estar vivo, Miguel Hernández cumpliría cien años. Muerto con solo 32, su vida estuvo condicionada por el paisaje que lo impregnó en su ciudad natal, el optimismo y la apertura en el ambiente cultural del Madrid republicano y la crueldad de una guerra que acabó con las esperanzas de toda su generación. Tierra, optimismo y crueldad: tres palabras esenciales para entender a este poeta pasional e irreductible. Aunque con pasajes quizás controvertidos, quien quiera conocer a fondo su vida encontrará en la biografía de José Luís Ferris publicada por Planeta en 2002 un trabajo que recoge y sintetiza todo el material preexistente de un modo coherente, ameno y accesible.



La senda hernandiana recorrida para llegar a este centenario viene marcada por algunos apretones de manos y múltiples reproches y desencuentros. Los Ayuntamientos de Elche y Orihuela, la Fundación Miguel Hernández –dependiente de la Consellería de Cultura-, el Ministerio, los herederos del poeta o las distintas asociaciones que llevan su nombre, a duras penas se han sentado en una misma mesa para coordinar propuestas. Quién ha de dirigir los eventos, el logotipo o los derechos de imagen constituyen algunos tramos de esta tortuosa senda. Resumiendo mucho, el problema radica en el afán de protagonismo o en la obtención de beneficios que, a costa del poeta –auténtico protagonista-, algunos anhelan conseguir. La semana que viene les hablaré de la situación de su legado en la actualidad.

Cuando en 1992 se conmemoró el cincuentenario de su muerte, yo dirigía el colegio ilicitano que lleva su nombre. Con tal motivo realizamos un amplio conjunto de actividades en las aulas y nació un certamen poético escolar de carácter provincial que sobrevivió siete convocatorias más y con cuyos mejores trabajos se logró editar hasta tres libros antológicos que se distribuyeron por los colegios de la provincia. Igualmente, y en colaboración con el grupo LEO, elaboramos un cuadernillo de trabajo patrocinado por la Diputación para acercar su obra a los escolares y personalmente colaboré en un monográfico conmemorativo con trabajos en torno a la aplicación didáctica de distintos aspectos de su trayectoria y que sirvieron también de soporte para organizar las actividades en torno a la Senda del Poeta que cada año se realiza. Como entonces, en esta ocasión habrá otro Congreso internacional, reediciones de su obra, exposiciones, películas, recitales, etc. sin duda interesantes, o Hijo de la luz y de la sombra: el nuevo disco de Serrat sobre textos del poeta que iniciará su gira el 23 de marzo en Elche, y que también encontró escollos en los herederos, quienes avalan como proyecto estrella del centenario una superproducción titulada Miguel Hernández: sumario 21.001.  



A mí, el mundo hernandiano me ha proporcionado un buen puñado de amigos, la posibilidad de acceder al legado auténtico del poeta o poder conocer a personas como Cerdán Tato, Julián Antonio Ramírez (la voz de Radio París durante el franquismo) o el poeta belga Germain Droogenbroodt -con quien traduje algunos poemas al neerlandés- y que han contribuido a consolidar mi profundo afecto por la poesía de Miguel. Porque, como escribí ya entonces en un artículo publicado en Información, el mejor homenaje, el homenaje de los homenajes no es otro que “leer a Miguel Hernández”. O, si ya lo han hecho, releerlo como pienso hacer yo nuevamente. Todo lo demás, siendo importante, viene después.

Rafael Carcelén es maestro de escuela en el CEIP Padre Manjón de  Elda. Poeta, lector apasionado y perpetuo observador, opina sobre la realidad que nos rodea, bien en su columna Entre col y col en el semanario Valle de Elda o en otros foros independientes y/ o alternativos.

martes, 1 de febrero de 2011

Lorca. Opinión de Rafael Carcelén

Lorca


Por Rafael Carcelén
(Originalmente publicado en el semanario Valle de Elda)





La apertura de la fosa donde según Ian Gibson estaría el cuerpo de Lorca, fusilado en agosto del 36, supuso en noviembre pasado la culminación de un complicado proceso dados los intereses encontrados con los familiares y herederos de quienes fueron asesinados con él. La contundente conclusión un mes y medio después del rastreo no dejó lugar a dudas: no sólo no había vestigio de cuerpo alguno sino la evidencia de que allí jamás hubo enterramientos.  Se removió, además de la tierra, el recuerdo de sus últimos días vivo y la implicación que los hermanos Rosales, Ruiz Alonso, la CEDA, sus primos o el general Queipo de Llano, desempeñaron en su trágico destino.

No encontrar su cuerpo también desató las especulaciones: se achacó a la familia conocer previamente que no estaba allí, se atendió la tesis de quien afirma otro lugar funerario quinientos metros más allá e incluso se habló de que su cadáver, como el de muchos granadinos más dispersos en cientos de fosas próximas, fue trasladado al Valle de los Caídos. La dictadura, según esta tesis, habría querido borrar así un crimen execrable y no se habría expuesto a una clandestina exhumación que la hubiese delatado internacionalmente. En todo caso, sea o no cierto, y como acredita Paul Preston en su último libro El gran manipulador. La mentira cotidiana de Franco, una vez que a comienzos de los años sesenta se vislumbró que el régimen no sobreviviría al dictador se hizo desaparecer toda responsabilidad e inculpación, en camiones y camiones de documentos, durante más de quince años.  Hecho que redundará negativamente en saber lo que realmente ocurrió con tantos asesinados. Por no hablar de las reticencias o de las trabas que aun hoy, desde distintas administraciones, se siguen imponiendo.


No haberlo hallado lo convierte igualmente en un desaparecido y agranda aun más la magnitud del crimen o el nicho, tan vacío como amnésico, en que se está convirtiendo nuestro pasado  no ya tan reciente. Aunque hoy nadie duda de que tantos crímenes e injustas condenas terminarán hallando reparación mediante la anulación de sus sentencias y la rehabilitación de los ejecutados. Más allá del miedo y el silencio, el tiempo nunca fue un buen aliado para los asesinos; siempre quisieron cubrir, con miseria y olvido, los cuerpos de su delito. Pero ahí están las investigaciones históricas para desengañarlos. Para quebrar su impunidad. Para hacernos ver también que “toda víctima es actual en tanto en cuanto no se le haga justicia”, como ha escrito a propósito de Lorca Reyes Mate, profundo conocedor del exterminio judío. Y en esta línea, el propio Gibson ha pedido que el Estado español, como ha hecho el chileno exhumando y enterrando dignamente a Víctor Jara, busque el cuerpo del granadino más universal.

Desde luego si, como señaló Azaña, la de Franco fue “una insurrección contra la inteligencia”, es aún más evidente su fracaso estrepitoso tantos años después. Porque el crimen de Lorca no lo hizo realmente desaparecer. Y aunque se excavasen cientos de fosas sin que sus huesos aparezcan, basta con abrir su Romancero gitano o sus Sonetos del amor oscuro para respirar su pena negra, su espíritu jovial y apasionado, su extrema sensibilidad; para dejarnos seducir por esa candorosa voz, de tan humana, universal. Pues quien no tuvo su muerte, esa que le tocaba (según los conocidos versos elegíacos que le dedicó Alberti) nunca dejó de estar entre nosotros. Y nunca nadie nos lo podrá arrebatar. Aunque su cuerpo siga sin estar aquí.

Rafael Carcelén es maestro de escuela en el CEIP Padre Manjón de  Elda. Poeta, lector apasionado y perpetuo observador, opina sobre la realidad que nos rodea, bien en su columna Entre col y col en el semanario Valle de Elda o en otros foros independientes y/ o alternativos.

El paro como monopolio. Opinión de Ester Astudillo

El paro como monopolio

Por Ester Astudillo 
(Artículo publicado inicialmente en la página de Siete Voces/Set Veus)





M
e pregunto cuándo dejamos de sorprendernos aquí, en nuestra patria chica –cada cual en sus exactas coordenadas- por la inagotable presencia de indigentes habitando las calles. El ‘objeto’, por decirlo en términos lingüísticos, existió mucho antes que el nombre con el que hoy los conocemos: hubieron de pasar años y un proceso de apropiación del anglicismo, traducido literalmente sin gracejo alguno, para que los ‘sin techo’ empezaran a poblar las noticias de diarios y televisiones. El romántico concepto decimonónico de ‘pobre’ había quedado obsoleto, o al menos resultaba a todas luces insuficiente.

Muy a principios de los noventa, una docente universitaria del país explicaba como anécdota que en sus estancias académicas en las urbes norteamericanas jamás se había podido acostumbrar a esa presencia molesta y acusadora que, paradójicamente, resulta invisible para buena parte de conciudadanos, y que se había permitido defender ufanamente la superioridad de su patria –cuanto menos en eso- porque allí –o sea, aquí- hasta entonces ese fenómeno era inexistente. Probablemente aquel comentario vino motivado porque la indómita presencia en las calles empezaba ya a dejarse notar aquí también, más bien más que menos.
De eso hace ya dos décadas cumplidas, años que coincidieron con los últimos coletazos de la crisis de los ochenta, la ilusoria promesa de creación de los famosos 800.000 puestos de trabajo de Felipe González –el paro rondaba el 20%, como ahora, pero desentonábamos en la recién estrenada Europa de los 12; ahora continuamos desentonando, claro... pero por otros motivos- y el despegue para la gran burbuja de gilipollez-especulación-bonanza que trajeron los gobiernos Aznar del 96 en adelante. De aquellos barros vienen estos lodos.

Rajoy lo va a tener bonito para ganar las próximas elecciones, como bonito lo tuvo Zapatero aquel marzo de 2003 por razones sobradamente conocidas. Como lo ha tenido bonito Mas en Catalunya este pasado noviembre. Bondades de la alternancia política.
Post Scriptum: sin embargo, la alternancia forzada como consecuencia de la desesperación de los ciudadanos-votantes está destinada a desilusionar... y a fracasar. Fácil es para los aspirantes a políticos persuadir a los ciudadanos de un inminente mañana mejor cuando se encuentran estos sumidos en el valle de la desesperación, en que cualquier alternativa se ve necesariamente como clemente: uno no puede caer ya más abajo. Como es comprensible también la credulidad de los votantes, que fijan fetichistamente su necesidad de esperanza y de fe en el cambio político como efemérides festiva: revulsivo personal –al modo de la supersticiosa fe en el milagro de la lotería, renovada cada fin de año, y en tiempos de penuria aun más- y también revulsivo gregario. Pero tanto los unos como los otros se están engañando, a sí mismos y a los demás. Aunque claro está, eso a los políticos les importa más bien poco: nacieron ya cínicos. Con paro. Sin paro. Y todo lo contrario.
   

Ester Astudillo es filóloga, lingüista, traductora y poeta (además de lectora voraz de los más variopintos textos).