jueves, 23 de diciembre de 2010

La literatura. Opinión de Rafael Carcelén


Por Rafael Carcelén
(Originalmente publicado en el semanario Valle de Elda)



La literatura


No hace mucho, a mis anchas en una librería, encontré un tomo que atrajo mi atención: La literatura en peligro. Su autor, el búlgaro Tzvetan Todorov, me había introducido en plena juventud en el estudio de los formalistas rusos con su Teoría de la literatura, nada fácil pero donde aprendí mucho. Como quien regresa a un primer amor ya casi olvidado pero todavía palpitante, abrí  el volumen al  azar con tanto temor como expectación y me topé con esta frase: “Si hoy me pregunto por qué amo la literatura, la respuesta que de forma espontánea me viene a la cabeza es: porque me ayuda a vivir”.  Me asombró que alguien que ha navegado por procelosas poéticas estructuralistas o semióticas tesis tan complicadas fuese capaz de expresar y resumir toda su trayectoria con una frase tan directa y contundente. Por supuesto lo compré y lo leí, fascinado, ese mismo día.


El mayor peligro para la literatura está en su propia enseñanza, nos dice el autor, cuando se aprende no de qué hablan las obras sino qué opinan de ellas los críticos, transmitiendo así nuestras teorías sobre los textos antes que promover sumergirnos en ellos por sí mismos. Los intrincados arbustos de la crítica moderna no nos han ayudado a desentrañar lo esencial, generándonos además una sensación de incomprensión de las obras que no es en realidad sino el más absoluto desconocimiento de los supuestos teóricos que sustentan sus análisis interpretativos. Y que no hace sino alejarnos cada vez más de los libros. Abundando en esta línea, el catedrático José- Carlos Mainer, coordinador de la recientísima, monumental e impagable Historia de la Literatura española editada en Crítica, se queja de haber “parcelado demasiado” en compartimentos estancos nuestra historia literaria, lo que ha redundado en una visión muy cuadriculada, en inflexibles agrupamientos, que ha restringido  su apreciación en el tiempo. Y, por lo tanto, en una enseñanza muy encorsetada e inactual de sus autores.

El búlgaro termina por preguntarse si deberíamos liberar a la literatura de ese corsé asfixiante de “juegos formales, lamentos nihilistas y  egocentrismo solipsista” a que ha llegado, concluyendo que la escuela debe esforzarse por acceder al sentido de cada obra, y que ha de permitirnos, más allá de ilustrar con sus textos la perspectiva de cualquier corriente crítico-literaria, profundizar en el conocimiento de lo humano, de sus conductas, de sus miserias o sus pasiones. En Sófocles, Shakespeare o Dostoyevski podemos aprender tanta o más psicología que en el manual más exigente. ¿Cuánta sociología no exhalan La Celestina o El Decamerón?. ¿Y ese manual de vida que es El Quijote?. La literatura, además de fuente inagotable de gozo imaginativo, es un caudal donde confluyen prácticamente todas las disciplinas humanísticas. He ahí su valor, su insustituible aportación para conocernos en una dimensión más integrada e integral.

“La literatura abre hasta el infinito esta posibilidad de interacción con los otros, y por lo tanto nos enriquece infinitamente. Nos ofrece sensaciones insustituibles que hacen que el mundo real tenga más sentido y sea más hermoso. No sólo no es un simple divertimento, una distracción reservada a las personas cultas, sino que permite que todos respondamos mejor a nuestra vocación de seres humanos”, afirma Todorov. Una lectura que me ha recordado aquel pensamiento de Pascal donde el francés asegura que "los mejores libros son aquellos cuyos lectores creen que también ellos los pudieron haber escrito". Desde luego  mí me hubiese encantado escribirlo. Por su sencillez y visión alentadora, por su estilo fluído y esa capacidad de contagiarnos y seducirnos que solo poseen los grandes. Y Todorov ya lo es.



Rafael Carcelén es maestro de escuela en el CEIP Padre Manjón de  Elda. Poeta, lector apasionado y perpetuo observador, opina sobre la realidad que nos rodea, bien en su columna Entre col y col en el semanario Valle de Elda o en otros foros independientes y/ o alternativos.

La estética. Opinión de Rafael Carcelén


Por Rafael Carcelén
(Originalmente publicado en el semanario Valle de Elda)



La estética



Elevada a ciencia en el siglo XVIII, hoy la estética es, antes que nada, un tipo de cirugía con la que hacerse unos arreglitos en los pómulos, los pechos o las cartucheras. Leí hace poco que una muchacha de veinte años había denunciado a una clínica muy importante (y que parece ser la más denunciada por los clientes que en ella se operan) por problemas muy serios tras un implante de pechos. Me resulta sorprendente esta demanda que se ha desatado por cambiar nuestra fisonomía y particularmente en personas (más mujeres, aunque también hombres) tan jóvenes.

Supongo que habrá mil razones para exponerse tan gratuitamente a riesgos tan elevados. Pero sólo en un mundo que mitifica la imagen, lo adolescente y que nos empuja a ser como Peter Pan puede resultar explicable algo así. Además, el volumen de negocio que se mueve ya con estas intervenciones hace que surjan como hongos las empresas dedicadas a ello y que, lógicamente, pugnen y presionen para que se extiendan entre los ciudadanos. Una vez más, siempre la misma sospecha: la máxima rentabilidad garantizando la mejora estética.  




Quizás debamos simplemente asumir que no hay estiramientos o reducciones que detengan el tiempo. Y que éste es consustancial a nuestro propio devenir y crecimiento. Aceptar el paso del tiempo, lo que se lleva y lo que nos aporta en cada momento, con la mayor naturalidad. Ahí está la clave: los poetas, exultantes o elegíacos, siempre han cantado para aprender a convivir con él, con sus esperanzas y sus sinsabores, nostálgicos o anhelantes, escépticos o  inquietos. Ahí están los clásicos. Ahí los orientales. Adecuar el ritmo de nuestro organismo al de la naturaleza, a sus procesos y secuencias: esa es la lección estética de vedas, taoístas o presocráticos que tanto bien puede hacernos aún.

La Estética, más allá de un tipo de cirugía para detenernos en un tiempo imposible, puede ayudarnos (ahí están los clásicos, ahí los orientales) a aceptar con naturalidad su transcurrir, adecuando nuestro ritmo vital a cada instante; a vivir en un gozoso presente, a envejecer creciendo interiormente… Como señalara Emilio Lledó, además de nuestro bienestar debería preocuparnos nuestro bienser. Cuidémoslo: sin cirugías.


Rafael Carcelén es maestro de escuela en el CEIP Padre Manjón de  Elda. Poeta, lector apasionado y perpetuo observador, opina sobre la realidad que nos rodea, bien en su columna Entre col y col en el semanario Valle de Elda o en otros foros independientes y/ o alternativos.

domingo, 5 de diciembre de 2010

DE NUEVO UN DÍA DE... Opinión de Begoña Leonardo

Por Begoña Leonardo


DE NUEVO UN DÍA DE...

El Sida, sigue siendo una enfermedad actual y aunque nos hayamos relajado con la excusa de pertenecer al primer mundo, o no estar entre comillas entre los grupos de riesgo; la realidad es, que el número de afectados aumenta, no de forma alarmante en España, pero aumenta. La importancia de estar informados y poner los medios, es fundamental.  La iglesia sigue obstinada en obstaculizar el medio más eficaz. Sino existieran personas en el mundo que utilizasen en sus relaciones sexuales el preservativo, entonces cómo estaríamos. Pero a ellos les da igual. Mantener a la gente en la ignorancia ofreciéndoles a cambio de una vida casta y pura, el cielo con Dios Padre a su lado, es su labor...


Hoy sabemos que la enfermedad es crónica, por lo menos, para una parte de la población, que puede disponer de los fármacos necesarios y novedosos. Pero en África, no es así. Allí llegan los que aquí no se utilizan, los obsoletos, tal es el retraso con respecto a nosotros, que siguen muriendo sin apenas esperanza.

Todo esto cualquier persona lo sabe, pero la enfermedad sigue siendo un estigma. Para un enfermo infectado con el VIH, aún sin padecer la enfermedad, es un trauma terrible mantenerlo en secreto. Hablamos con naturalidad de casi todas la patologías, hasta del cáncer, se nos anima ha hacerlo. Los medios de comunicación, los especialistas, repiten hasta la saciedad que hay que contarlo, que hay que sacarlo de dentro, que es muy importante compartir, para que los demás acepten lo que pasa y así ayuden... Pero la hipocresía es tan grande y nos falta tanta educación en la tolerancia, en el respeto, que de esta enfermedad, pocos son los que se atreven a reconocer que la padecen.
Los efectos, los daños irreparables que puede sufrir un niño, por ejemplo, que se entera de que su padre o madre tienen Sida, viviendo en una sociedad que se avergüenza,
porque de esto sólo se habla cuando salen algunos personajes medíaticos por televisión, colgándose medallas y exclusivamente el día de hoy...
Contarlo no es fácil,  se ha demonizado tanto a los enfermos en sus primeras épocas, que tendrán que pasar muchos, muchos años para que el Sida se considere una enfermedad, que al hablar los portagonistas de ella, no tengan siempre que añadir la coletilla, de cómo fue su contagio y/o justificarse.
Me parece vergonzoso que se pregunte a un enfermo de sida cómo es que te pasó. Porque, sí,  hay conductas de riesgo, pero para todos... Son demonios los que tienen cáncer, son demonios los que tienen diabetes, son demonios los hipertensos, etc... Aun sabiendo que muchos de sus compotamietos durante años han lesionado su  salud, no los hacemos responsbles, y sin embargo a estos sí.

Dejemos que los que han contraído el VIH sean como los demás enfermos. Personas  que con tratamiento pueden llevar una vida. O sea, como tú y como yo.

Begoña Leonardo: Trabajadora de la palabra... autónoma a ratos, madre a tiempo completo, poeta siempre y sin opción. Escribo para diferentes medios como freelance, y en formatos digitales, blogs, revistas literarias...