jueves, 23 de diciembre de 2010

La literatura. Opinión de Rafael Carcelén


Por Rafael Carcelén
(Originalmente publicado en el semanario Valle de Elda)



La literatura


No hace mucho, a mis anchas en una librería, encontré un tomo que atrajo mi atención: La literatura en peligro. Su autor, el búlgaro Tzvetan Todorov, me había introducido en plena juventud en el estudio de los formalistas rusos con su Teoría de la literatura, nada fácil pero donde aprendí mucho. Como quien regresa a un primer amor ya casi olvidado pero todavía palpitante, abrí  el volumen al  azar con tanto temor como expectación y me topé con esta frase: “Si hoy me pregunto por qué amo la literatura, la respuesta que de forma espontánea me viene a la cabeza es: porque me ayuda a vivir”.  Me asombró que alguien que ha navegado por procelosas poéticas estructuralistas o semióticas tesis tan complicadas fuese capaz de expresar y resumir toda su trayectoria con una frase tan directa y contundente. Por supuesto lo compré y lo leí, fascinado, ese mismo día.


El mayor peligro para la literatura está en su propia enseñanza, nos dice el autor, cuando se aprende no de qué hablan las obras sino qué opinan de ellas los críticos, transmitiendo así nuestras teorías sobre los textos antes que promover sumergirnos en ellos por sí mismos. Los intrincados arbustos de la crítica moderna no nos han ayudado a desentrañar lo esencial, generándonos además una sensación de incomprensión de las obras que no es en realidad sino el más absoluto desconocimiento de los supuestos teóricos que sustentan sus análisis interpretativos. Y que no hace sino alejarnos cada vez más de los libros. Abundando en esta línea, el catedrático José- Carlos Mainer, coordinador de la recientísima, monumental e impagable Historia de la Literatura española editada en Crítica, se queja de haber “parcelado demasiado” en compartimentos estancos nuestra historia literaria, lo que ha redundado en una visión muy cuadriculada, en inflexibles agrupamientos, que ha restringido  su apreciación en el tiempo. Y, por lo tanto, en una enseñanza muy encorsetada e inactual de sus autores.

El búlgaro termina por preguntarse si deberíamos liberar a la literatura de ese corsé asfixiante de “juegos formales, lamentos nihilistas y  egocentrismo solipsista” a que ha llegado, concluyendo que la escuela debe esforzarse por acceder al sentido de cada obra, y que ha de permitirnos, más allá de ilustrar con sus textos la perspectiva de cualquier corriente crítico-literaria, profundizar en el conocimiento de lo humano, de sus conductas, de sus miserias o sus pasiones. En Sófocles, Shakespeare o Dostoyevski podemos aprender tanta o más psicología que en el manual más exigente. ¿Cuánta sociología no exhalan La Celestina o El Decamerón?. ¿Y ese manual de vida que es El Quijote?. La literatura, además de fuente inagotable de gozo imaginativo, es un caudal donde confluyen prácticamente todas las disciplinas humanísticas. He ahí su valor, su insustituible aportación para conocernos en una dimensión más integrada e integral.

“La literatura abre hasta el infinito esta posibilidad de interacción con los otros, y por lo tanto nos enriquece infinitamente. Nos ofrece sensaciones insustituibles que hacen que el mundo real tenga más sentido y sea más hermoso. No sólo no es un simple divertimento, una distracción reservada a las personas cultas, sino que permite que todos respondamos mejor a nuestra vocación de seres humanos”, afirma Todorov. Una lectura que me ha recordado aquel pensamiento de Pascal donde el francés asegura que "los mejores libros son aquellos cuyos lectores creen que también ellos los pudieron haber escrito". Desde luego  mí me hubiese encantado escribirlo. Por su sencillez y visión alentadora, por su estilo fluído y esa capacidad de contagiarnos y seducirnos que solo poseen los grandes. Y Todorov ya lo es.



Rafael Carcelén es maestro de escuela en el CEIP Padre Manjón de  Elda. Poeta, lector apasionado y perpetuo observador, opina sobre la realidad que nos rodea, bien en su columna Entre col y col en el semanario Valle de Elda o en otros foros independientes y/ o alternativos.

La estética. Opinión de Rafael Carcelén


Por Rafael Carcelén
(Originalmente publicado en el semanario Valle de Elda)



La estética



Elevada a ciencia en el siglo XVIII, hoy la estética es, antes que nada, un tipo de cirugía con la que hacerse unos arreglitos en los pómulos, los pechos o las cartucheras. Leí hace poco que una muchacha de veinte años había denunciado a una clínica muy importante (y que parece ser la más denunciada por los clientes que en ella se operan) por problemas muy serios tras un implante de pechos. Me resulta sorprendente esta demanda que se ha desatado por cambiar nuestra fisonomía y particularmente en personas (más mujeres, aunque también hombres) tan jóvenes.

Supongo que habrá mil razones para exponerse tan gratuitamente a riesgos tan elevados. Pero sólo en un mundo que mitifica la imagen, lo adolescente y que nos empuja a ser como Peter Pan puede resultar explicable algo así. Además, el volumen de negocio que se mueve ya con estas intervenciones hace que surjan como hongos las empresas dedicadas a ello y que, lógicamente, pugnen y presionen para que se extiendan entre los ciudadanos. Una vez más, siempre la misma sospecha: la máxima rentabilidad garantizando la mejora estética.  




Quizás debamos simplemente asumir que no hay estiramientos o reducciones que detengan el tiempo. Y que éste es consustancial a nuestro propio devenir y crecimiento. Aceptar el paso del tiempo, lo que se lleva y lo que nos aporta en cada momento, con la mayor naturalidad. Ahí está la clave: los poetas, exultantes o elegíacos, siempre han cantado para aprender a convivir con él, con sus esperanzas y sus sinsabores, nostálgicos o anhelantes, escépticos o  inquietos. Ahí están los clásicos. Ahí los orientales. Adecuar el ritmo de nuestro organismo al de la naturaleza, a sus procesos y secuencias: esa es la lección estética de vedas, taoístas o presocráticos que tanto bien puede hacernos aún.

La Estética, más allá de un tipo de cirugía para detenernos en un tiempo imposible, puede ayudarnos (ahí están los clásicos, ahí los orientales) a aceptar con naturalidad su transcurrir, adecuando nuestro ritmo vital a cada instante; a vivir en un gozoso presente, a envejecer creciendo interiormente… Como señalara Emilio Lledó, además de nuestro bienestar debería preocuparnos nuestro bienser. Cuidémoslo: sin cirugías.


Rafael Carcelén es maestro de escuela en el CEIP Padre Manjón de  Elda. Poeta, lector apasionado y perpetuo observador, opina sobre la realidad que nos rodea, bien en su columna Entre col y col en el semanario Valle de Elda o en otros foros independientes y/ o alternativos.

domingo, 5 de diciembre de 2010

DE NUEVO UN DÍA DE... Opinión de Begoña Leonardo

Por Begoña Leonardo


DE NUEVO UN DÍA DE...

El Sida, sigue siendo una enfermedad actual y aunque nos hayamos relajado con la excusa de pertenecer al primer mundo, o no estar entre comillas entre los grupos de riesgo; la realidad es, que el número de afectados aumenta, no de forma alarmante en España, pero aumenta. La importancia de estar informados y poner los medios, es fundamental.  La iglesia sigue obstinada en obstaculizar el medio más eficaz. Sino existieran personas en el mundo que utilizasen en sus relaciones sexuales el preservativo, entonces cómo estaríamos. Pero a ellos les da igual. Mantener a la gente en la ignorancia ofreciéndoles a cambio de una vida casta y pura, el cielo con Dios Padre a su lado, es su labor...


Hoy sabemos que la enfermedad es crónica, por lo menos, para una parte de la población, que puede disponer de los fármacos necesarios y novedosos. Pero en África, no es así. Allí llegan los que aquí no se utilizan, los obsoletos, tal es el retraso con respecto a nosotros, que siguen muriendo sin apenas esperanza.

Todo esto cualquier persona lo sabe, pero la enfermedad sigue siendo un estigma. Para un enfermo infectado con el VIH, aún sin padecer la enfermedad, es un trauma terrible mantenerlo en secreto. Hablamos con naturalidad de casi todas la patologías, hasta del cáncer, se nos anima ha hacerlo. Los medios de comunicación, los especialistas, repiten hasta la saciedad que hay que contarlo, que hay que sacarlo de dentro, que es muy importante compartir, para que los demás acepten lo que pasa y así ayuden... Pero la hipocresía es tan grande y nos falta tanta educación en la tolerancia, en el respeto, que de esta enfermedad, pocos son los que se atreven a reconocer que la padecen.
Los efectos, los daños irreparables que puede sufrir un niño, por ejemplo, que se entera de que su padre o madre tienen Sida, viviendo en una sociedad que se avergüenza,
porque de esto sólo se habla cuando salen algunos personajes medíaticos por televisión, colgándose medallas y exclusivamente el día de hoy...
Contarlo no es fácil,  se ha demonizado tanto a los enfermos en sus primeras épocas, que tendrán que pasar muchos, muchos años para que el Sida se considere una enfermedad, que al hablar los portagonistas de ella, no tengan siempre que añadir la coletilla, de cómo fue su contagio y/o justificarse.
Me parece vergonzoso que se pregunte a un enfermo de sida cómo es que te pasó. Porque, sí,  hay conductas de riesgo, pero para todos... Son demonios los que tienen cáncer, son demonios los que tienen diabetes, son demonios los hipertensos, etc... Aun sabiendo que muchos de sus compotamietos durante años han lesionado su  salud, no los hacemos responsbles, y sin embargo a estos sí.

Dejemos que los que han contraído el VIH sean como los demás enfermos. Personas  que con tratamiento pueden llevar una vida. O sea, como tú y como yo.

Begoña Leonardo: Trabajadora de la palabra... autónoma a ratos, madre a tiempo completo, poeta siempre y sin opción. Escribo para diferentes medios como freelance, y en formatos digitales, blogs, revistas literarias... 

domingo, 14 de noviembre de 2010

El arte. Opinión de Almandrade

EL ARTE


El Arte es una forma de conocimiento que exige lecturas y reflexiones específicas. Su apreciación no se limita a mirar a simple vista. Sin las informaciones necesarias pasan desapercibidas las búsquedas y la profundidad de su lenguaje. La apariencia satisface al mirar desatento.

"Sólo se ve aquello que se mira" (Merleau-Ponty). Lo que percibimos en una obra de arte es aquello que recogemos en nuestro modo de ver. El hombre es insertado en una sociedad, en un lenguaje, por donde aprende a ver, pensar y sentir. El lenguaje es el dispositivo a través del cual él se apropia de las cosas, de los seres, de las formas y de los colores.

Como arte puede ser cualquier cosa, en nombre del arte contemporáneo, somos muchas veces colocados delante de alguna cosa que dice ser arte. ¿Cuál es el criterio?



Para el artista no basta saber pintar, mucho menos apropiarse de imágenes u objetos, de forma aleatoria, es indispensable tener referencias y disponer de un método. Cada artista concibe su arte a partir de su propia teoría, aunque esta no esté formulada explícitamente. 

Una obra encierra múltiples posibilidades de indagación. Recreamos las imágenes en nuestra percepción, y las modificamos subjetivamente de acuerdo con nuestra experiencia de vida. Proyectamos sobre ellas nuestros valores y nuestras inquietudes. Las obras de arte se completan de maneras diferentes en la imaginación de cada espectador. Es también objeto de decoración, acrecienta al espacio habitado la curiosidad de un abrigo poético.


Para hablar de arte es necesario aprender el método de observar su producción, es preciso ir del concepto a la obra y de la obra al concepto. Se comprende el arte a partir de la obra, un proceso ligado a la experienciay  al pensamiento que acciona ciertas condiciones subjetivas del conocimiento. Se conoce al artista a través de su obra, y esta es una invención de la actividad del artista, (Heidegger).

Es un hacer político localizado. El arte tiene su propia materialidad. No es lugar de apoyo para otras políticas, así sean las llamadas culturales que ignoran cuestiones a cerca de los lenguajes y sus transformaciones. "En el transcurso de grandes períodos históricos, junto con el modo de existencias de las comunidades humanas, se modifica también su modo de sentir y percibir", (Walter Benjamin). El arte participa de esas mudanzas como tarea política de transformar la realidad dentro de un territorio determinado del saber.



El arte está sujeto a un sistema de poder extraño al hacer cultural. El arte deja de ser visto como un fenómeno cultural, para tornarse un hecho exclusivamente social y de mercado. El problema no es el mercado, él es necesario y tiene un papel importante en el circuito del arte, mas la importancia que viene asumiendo como agente principal del circuito que hasta facilita la producción, sin duda, pero hace que el valor de cambio deje a un lado la reflexión.

Estamos atravesando un momento donde es cada vez más difícil la producción cultural sin la interferencia de los media y de los intereses del mercado. Si la ética de esta sociedad es el consumo, todo pasa a ser determinado por la ley del mercado: la salud, la educación, la cultura, etc.

El intelectual y el crítico son descartables en una sociedad donde el mundo del pensamiento es poco tolerable; por otro lado, los patrocinadores, los empresarios del arte, los profesionales de marketing, los curadores... son los protagonistas del arte.

El artista que era un artesano descalificado hasta el siglo XIV, a partir del Renacimiento pasó a ocupar un lugar destacado en el territorio del conocimiento, y en este final de milenio es considerado el villano de la cultura.


Lo que viene ocurriendo con las artes plásticas y la cultura de una formageneral, forma parte del espectáculo de una sociedad que ve en la acumulación de riquezas el objetivo de vida. Así, una institución cultural que disponga de pocos recursos, dejará a cargo de los patrocinadores la programación y la política cultural.

Artista plástico, poeta y arquitecto, Almandrade (Antônio Luiz M. Andrade) es un pionero de la contemporaneidad en Bahía – Brasil.

jueves, 14 de octubre de 2010

LA LITERATURA EN NUESTRO TIEMPO. Opinión de Rubén Casado Murcia


LA LITERATURA EN NUESTRO TIEMPO



Rubén Casado Murcia



 
LA LITERATURA EN NUESTRO TIEMPO


Me sorprende que ciertas personas, participantes de ciertos programas de televisión, programas culturales, más concretamente sobre literatura, hablen de esta como una potente arma cargada de pétalos de rosa capaz de agitar las conciencias y alcanzar el tan ansiado ideal de paz y convivencia en el mundo. Esta tarde, un grupo de personas con las que estaba reunido y a las que no conozco mucho, se enzarzaban en una discusión sobre qué libro era mejor o peor de los que en esos momentos estaban leyendo. Estos libros distaban mucho de pertenecer a la gran literatura de la biblioteca universal. Se trataba de títulos comerciales, ya me entienden, tochos de 700 u 800 páginas escritos para satisfacer al lector. Si algo han conseguido estas publicaciones es que el ciudadano de a pie se interese por la lectura. Puedes verlos leyendo en el bus, en la playa, en un banco o incluso mientras dan un paseo, pegados a sus pesados libros como yonkis de la palabra, esperando que el ansiado final les comunique la existencia de Dios. La mayoría de las veces (o quizás, todas) acaban decepcionados, por lo que corren al centro comercial más cercano a por el siguiente "Best Seller" de la lista. Probado está que la inmensa mayoría de lectores del planeta no se decanta por la "literatura de compromiso", esa que pretende reclutar pacifistas para luchar contra el establishment, sino que, por el contrario, se decanta por la literatura anestésica, esa que sirve para entretener y que, por otro lado, ¡oye! también está muy bien. En resumidas cuentas, la conclusión es que todas las literaturas valen y al mismo tiempo no valen (o mejor dicho, no sirven).


No hay que ser muy espabilado para darse cuenta que, hoy día, no es precisamente la literatura la que marca el paso del mundo. No sé si alguna vez lo marcó, lo que está claro es que en esta, nuestra época, lo único que marca es la tala de árboles en el Amazonas. Algunos, sin embargo, siguen ahí dando la matraca con "la función social de la literatura en países en desarrollo", "la función pedagógica de la poesía en nuestros niños", "la función terapéutica del arte en enfermos mentales", y así un largo etc de funciones prácticas de las letras como instrumento. No sé quien fue el memo que por primera vez pensó que la literatura debía servir para algo, es decir, debía tener asignado un papel, como si se tratase de una institución más del estado. Y puede que la tenga, sin duda, y puede, incluso, que sus aplicaciones tengan resultados satisfactorios.


Pero, cuando tengo un libro entre las manos de un tipo con el que me siento identificado, que me habla directamente, a "mí", que hace trabajar "mi" mente, que hace que coja un ordenador, "mi" ordenador, y me ponga a teclear, no sé, me da que pensar. Pienso en todos los teóricos del mundo, en todos los promotores de premios locales y autonómicos (incluso "nacionales"), pienso en la fundación de no se quien "para la difusión de su basta obra", pienso en todas y cada una de esas personas que se esfuerza en elevar a la literatura a la categoría de "cosa infumable" y bufo: ppppfffffff

y resulta que al pasar la página de su pedantería todos callan
y puedo seguir leyendo.

Al fin y al cabo, es en eso en lo que consiste, ¿no?



Rubén Casado Murcia  es un tipo aburrido de esos que leen y escriben, que le gusta observar lo que pasa a su alrededor por puro aburrimiento pero que, por encima de todo, ama al ser humano.

viernes, 8 de octubre de 2010

La mirada zurda. Opinión de Antonio Guerrero


La mirada zurda

 Antonio Guerrero


          Entre todos vosotros hay una persona que llevo años buscando. Tal vez está inmóvil en aquella butaca o quizás en el pasillo. Sus ojos pueden estar latentes y ocultos bajo su naturaleza siniestra. El propósito de mi insistencia no es otro que examinar su rostro para llegar a la definición de mirada zurda, su retrato. Esa es una expresión que me seduce hasta lo incalculable. Por eso necesito encontrarlo cuanto antes.

    Hace algunos años, tras conocerlo, analicé ciertos semblantes sin ninguna esperanza. Llegado el caso encontré por casualidad miradas torcidas, tal vez indirectas. No obstante cualquier consideración resultaba incompleta. Ni siquiera ese reguero de ojeadas del juego amatorio exponía una mención concluyente a través de los ojos esquivos y sensuales. Mucho menos aún me servían, de ayuda, las miradas inquisitivas que corregían, discrepaban o negaban tajantemente las actitudes de los demás.

    La mirada de Roberto Crespo —quien busco— es excepcional. Posee una característica que la distingue de las demás: ha matado a alguien. Y por mor de esa circunstancia su rostro es doblado, rasgado, necesario. La ausencia de culpabilidad le llena de una frialdad natural propia a la de un animal de la tundra. Esa mirada de pómulos contraídos y ceja elevada sitúa al ojo en lugar exacto del disimulo, pero también en la disposición adecuada para la dominación instintiva. Entonces la cara desfigurada se inclina un tanto hacia la derecha. El ojo mira hacia la izquierda y encuentra un ángulo torcido hacia el suelo para encubrirse. En ese instante nadie podría decir dónde mira en realidad.

El día que mató a aquella chica extrajo por primera vez esa mirada zurda. La creó de manera espontánea. Pero para llegar a ella ocurrieron una serie de circunstancias interesantes. En primer lugar estaba enervado, nervioso, puede que estresado por el trabajo pro-sistema del que vivía. Era tarde, había caído la noche. El parking de la ciudad estaba oscuro y aquella mujer tenía una inapropiada prisa. Para cuando rozaron los dos coches, Roberto salió rápidamente y la increpó. Sin darse cuenta el ser humano que llevaba dentro encontró, en aquella excusa, un motivo para salir. La asedió hasta la necedad cuando empezó el forcejeo. Luego supo empujarla hacia el suelo. Derribada, Ana, comenzó a llorar. Aquel llanto llamativo preocupó a Roberto. Tenía que abalanzarse sobre ella y derrotar del todo a aquel rival de la jungla que había pretendido robar su pedazo de tierra para aparcar el vehículo. La mató. Terminó con su vida y se quedó observándola unos segundos. Luego desapareció con un tufillo zurdo e inextinguible en su rostro desfigurado.

Creo que para realizar un acto de este calibre y crear una mirada como esta, Roberto debía ser un producto agresivo de esta sociedad de personas distintas. Podemos decir, quizás, un individualista atrapado en el tiempo. Estaría tan alejado de los demás que ya no concebía nada en común con ninguna persona. Es posible que entonces se sintiera solo. La soledad de no pertenecer a ninguna masa le habría hecho insociable hasta tal punto de devolverlo a lo básico. ¿Hasta eso hemos llegado?

Si está ahí, si por casualidad está entre vosotros, me gustaría decirle que necesito verlo cuanto antes. Tengo que mirarlo en el espejo y confesarle que —en realidad— Roberto Crespo soy yo; que añoro poder ver mi rostro en el cristal, porque hace mucho tiempo que lo evito. Sólo así podré volver la realidad de la que estoy ausente. Busco mi rostro perdido hace tiempo porque, a pesar de todo, sin él no soy más que una sombra. En cierta forma pertenezco tanto a la mirada zurda como ella a mí. De alguna manera esa es mi naturaleza. Soy un criminal. Mis ojos zurdos se han convertido en un estado obsesivo de autodefinición. Y eso me llena de incertidumbre.

Antonio Guerrero es Diplomado en Relaciones Laborales. (U.H.U.) y Estudiante de  Filosofía. UNED. Almería.  

martes, 28 de septiembre de 2010

DE LO VULGAR A LO EXQUISITO PASANDO POR LA QUIMERA, Y VICEVERSA : Comentario cinematográfico de Emilio Pérez Martín

DE LO VULGAR A LO EXQUISITO PASANDO POR LA
QUIMERA, Y VICEVERSA :



  











Emilio Pérez Martín





Comentario cinematográfico de Emilio Pérez Martín .
Parece que a pesar de ciertos fracasos históricos el mundo otorga a nuestro país una gran capacidad para hacer arte. Hablar de Almodóvar es casi hablar de la historia de nuestra democracia. Retrata milimetricamente muchos de nuestros momentos vitales, a pesar de que en gran medida no ataca al tema de raíz, es divertimento en sustancia, pero con esa capacidad de divertir de los grandes que cuando quiere la lanza ( la crítica social en Qué he hecho yo para merecer esto, la degradación de la policía en casi todas sus películas, la crítica directa a la casta eclesial en La mala educación, su defensa del lumpen siempre metiendo a un travesti de por medio, o simplemente sus correciones al mundo de la tele cuando se ríe de Andrea Caracortada u otras ). Almodóvar es un niño prodigioso desde el principio, y rezuma un arte genuino, es decir, personal, con oscars americanos, cardenales franceses y todo tipo de lanzamieto de estrellas ( recuérdese que hasta Sabina queria ser Una chica Almodóvar, válgame la transmutación de los valores ).
En cambio, Amenábar, está ahí rompiendo la baraja, recordando que el sí fue a la academia de cine. Son dos generaciones muy distintas, como la nuestra y la de nuestros padres. Para Amenabar una buena tesis asegurará el resultado del producto. Almodóvar es el mago multicolor, no fue a la academia pero trabajó en la teléfónica de Madrid, como si este tópico nos recordara que la intrahistoria unamuniana ( la pequeña historia de los hombres sin historia ) fuera más imprescindible que Hegel.
Pero así y todo Los Otros es un peliculón, si bien, volvemos, no es el corazón sino la mente la que trabaja en Amenabar. Ágora es también un gran esfuerzo. Pero he de reconocer que a mí me llevó a la más extraña de las coerciones. Me gustó tanto como no me gustó, como si, bajo el tinte histórico, viera un director pretendidamente profético que nos avisara del peligro, tanto como de la fascinación, de un fin de época. Una vuelta de tuerca. Me quedo con dos imágenes, la del cristiano mixtificado repartiendo y enseñando a repartir pan entre los pobres, así como la de Hipatia apedreada.
No es que lo diga pero lo digo : como las dos máscaras emblemáticas del teatro. Y eso que Almodóvar sabe ser trágico ( vid. Hable con ella o Todo sobre mi madre). Pero la profundidad que trae Amenabar ya es la del niño globalizado, es decir, con algo de terrible.
Bienvenido sea, ya no es uno sino diez, tanto los directores que cuentan en España de cara al mundo como la nota al cine español. y era así ya antes. pero es que a mí el manchego me emborracha como una especie de Shiva que crea el mundo ( nos lleva a mí y a mi familia al cine unidos como el que va el circo ) y en cambio Amenabar me habla de lo inquietante, tanto de lo otro como de mi otro, de la dama y la noche.
EMILIO PÉREZ MARTÍN ( ORESTES DE ZARAGOZA ).




Emilio Pérez Martín es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza. Ha colaborado con el Grupo Súcubo, de poesía, la Tertulia Mambrino y la revista cultural Eclipsados. Actualmente está elaborando una novela de la que esperemos dé a luz más pronto que tarde. En lo artístico ha formado parte de los grupos de teatro Chandrío y En penumbra. Le interesan también el cine y la música. En definitiva, todo lo relacionado con la cultura. Actualmente estudia Historia del Arte.

sábado, 26 de junio de 2010

UN PENSAMIENTO DE MADRUGADA. Opinión de Juan Pomponio Castiglione

UN PENSAMIENTO DE MADRUGADA




La ENVIDIA es un veneno letal que corroe la sangre, quema las arterias y pudre el alma. Esta lamentación surge de una reacción simple y primitiva de la mente: la COMPARACIÓN: "Él escribe mejor que yo", "Ella tiene una mejor casa", "Su mujer es más hermosa", "Mi hermano tiene más dinero", y miles de confrontaciones. Algunos pretenden taparla o justificarla agregando un toque de moralidad a sus dichos: "Como envidio tu auto… pero sanamente". Es lo más normal y se oye todos los días en la calle, entre familiares, a través de la televisión, por la radio, es algo cotidiano que transcurre con la misma vida.
La ENVIDIA es una enfermedad lacerante. Nunca puede ser sana. Uno podría llegar a creer que sí lo es, pero se confunde. ¡Siempre será envidia aunque quieran disfrazarla! Quienes la padecen, sufren, son infelices, están afectados y descentrados, mirando hacia afuera de su naturaleza. Les duele tanto que no pueden soportar el éxito de los demás. La sociedad se olvida de una regla dorada: EL OTRO SOY YO. Todos somos UNO. No estamos separados. Entonces en lugar de ADMIRAR a los demás, comenzamos a envidiar y de allí surgen toda clase de angustias espirituales que luego pueden trasladarse al plano físico y enfermar a la persona, por ejemplo la conocida “mala sangre”. Está comprobado el daño que provocan las emociones negativas y oscuras en nuestro organismo. A la inmensa mayoría les encanta ser "envidiados", eso les da poder y hace que se sienten personas importantes. Muchos ostentan con el propósito de hacer sufrir a los demás. Ambas personalidades padecen de otra enfermedad compuesta por tres letras llamada: Ego. Aquí surge el principal inconveniente en nuestra sociedad que está dirigida por una Egocracia.
Cuando comprendamos la falsedad de todas las ilusiones impuestas por la dictadura del ego, caerán todas las máscaras sociales y el mundo del ser humano comenzará a transitar por un camino de sabiduría hacia una realidad de mayor crecimiento interior como seres sociales. Podremos comprender la inutilidad de mantener la rigidez de posturas ajenas a nosotros mismos.  
Admiremos al prójimo. Admiremos al que pinta, admiremos a otros poetas, otros artistas, al vecino, al amigo, ADMIREMOS y dejemos de COMPARARNOS comprendiendo que cada ser es único en el Universo de la creación. Nadie es inferior, nadie es superior. Sólo sucede si caemos en la COMPARACIÓN. La felicidad no se pasea en un Rolls Royce, ni teniendo una mansión repleta de lingotes de oro. La felicidad radica en el simple acto de llenarnos de gozo por sentirnos vivos y poder disfrutar de la vida
a cada instante, sea cual sea nuestra condición. 


          Sigamos nuestros propios caminos sin tiempos ni estructuras, sólo como verdaderos guerreros y guerreras de una existencia individual.



Juan Pomponio Castiglione es escritor y poeta. Apenas un hombre que camina la vida con una alforja de metáforas.

jueves, 24 de junio de 2010

La generación sublime. No hay estética sin ética. Opinión de Bruno Jordán

La generación sublime. No hay estética sin ética

 Bruno Jordán es escritor y periodista.
       Abochornado más que desilusionado leí –y vi- el reportaje sobre jóvenes poetas actuales que previamente me había anunciado una de las reportadas que publicaría El País Semanal el pasado 13 de junio. Ante el espectáculo presentado y contemplado, sentí el impulso de escribir y publicar algo aquí que me distanciase diametralmente de todo aquello pero pronto lo frenó la probabilidad de que –de hacerlo- acaso posicionaría involuntaria e indirectamente a este periódico que coordino y a la revista Poe +. Ambas publicaciones se posicionan, claro está, pero lo hacen por la vía de los hechos, de sus contenidos y formatos.
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Ahora me brinda Jesús Belotto -de forma inesperada y gratificante- un Pisuerga que me conduce acogedoramente hasta donde quería llegar, a Valladolid. No solo porque coincido del todo con lo que dice y cómo lo dice; también porque me abre la puerta para expresar una reflexión que vengo madurando desde hace ya tiempo y que, en mi opinión, subyace como fondo real de lo acontecido: la ética de la estética.
Se cuenta –y a fe que debe ser verdad- que cuando Franco expulsó a Aranguren de su cátedra de Ética en Madrid, José María Valverde dimitió solidariamente de la suya de Estética en Barcelona con una carta al Caudillo en la que le decía escuetamente Mi general: no hay Estética sin Ética.
Y es eso. Ambas vertientes tienen que armonizar en las creaciones “artísticas”; “po-éticas”, en este caso. Hay quien ha pensado que el reportaje “armoniza” con bastante precisión las concepciones de los reportados sobre ambos aspectos. De ser así, creo que voy seguir intentando estar en sus antípodas.
El reportaje “ilustra” certeramente el terreno, digamos “clásico”, donde se ha venido moviendo ancestralmente “la poesía”. Uno de los peores papeles que ha desempeñado es el de servir de forma de expresión pretendidamente excelsa para las clases más cultas, poco accesible para quienes no podían conseguir esa cultura. Una manifestación de la segregación social que, retro-alimentariamente, la perpetuaba. Poetas excelsos excelsamente ataviados y retratados en bucólico ambiente (y eso que son claramente urbanos los poemas y se autoreconocen los poetas, me apuntaron) que prontamente se prestan sin más -bueno, sí, con su beneficio y su narcisismo incrementados- a ser fagocitados  funcionalmente por la supuesta estética sin ética (esto último, nada supuesto) que practican también funcionalmente los mass media para “la sociedad”. Me sorprende realmente que los poetas “report(r)ajeados” no repararan siquiera en el hecho de que alguna de las prendas que lucían podía haber sido fabricada realmente por una niña filipina o un niño pakistaní.

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“La sociedad es burda”, define Lorenzo Plana, “es grosera”, matiza con elegancia sublime Antonio Lucas. ¿La “sociedad”? ¿El “sistema”? ¿El “poder”? El orden bajo el que vivimos social, económica y mentalmente. Finura entomológica para los adjetivos, confusas abstracciones para los sustantivos. Dejaremos así que lo poético siga siendo acaso estéticamente calificativo, pero escasamente sustancial.


Como buenos poetas “con oficio” –queda mal eso de llamarle profesión- evidencian una nítida vocación generacional. “Por primera vez no hemos sentido necesidad de matar al padre (la poesía de la experiencia) o reivindicar al abuelo (los novísimos)”, manifiesta Javier Rodríguez Marcos. Está claro: si “alguienes” tienen padres y abuelos ergo… son una nueva generación. ¿Sutil silogismo? No, burdo, grosero...


             Una afición "Generacional" (dios, ¡qué inclinaciones a encasillar y simplificarlo –lo contrario de hacerlo sencillo en este caso-  todo!) que incluso podía haber seguido con otro burdo, grosero, silogismo: si Machado, Lorca o M. Hernández pertenecieron a "la generación del 27", si Ángel González o Gil de Biedma pertenecieron a "la generación de los 50", si Luis García Montero pertenece a la generación de la poesía de la experiencia, si yo pertenezco a otra generación... ergo... ¡soy equiparable a ellos! 


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Con el reportaje se ha dejado bien alto el Panteón poético. Me apuntan también, a este propósito, que el Edén es la huida, el símbolo de haber sucumbido, representa la derrota sin paliativos; pero no, esta vez no; el Edén sigue siendo la morada a la que es condenada por la mayoría -el propio reportaje es muy ilustrativo y protagonista en esto- a los poemas, al "arte", a la cultura. Incluso al saber. Es la morada de los sublimes.




Bruno Jordán es escritor, poeta y periodista, amén de otras muchas cosas (de la mayoría de ellas, incluídas las anteriores, solo pretende ser).